No sabe perder

14 10 2009

La última semana de septiembre el Ciclo de Encuentros con el Cine (CEC) se vistió de gaucho matrero y vimos Juan Moreira, la película de 1973 dirigida por Leonardo Favio y protagonizada por Rodolfo Bebán.

Moreira tal vez sea uno de los personajes más complejos de la pampa argentina: su figura, un tanto más entreverada que la del Martín Fierro, constituye un límite borroso entre puntero y excluido, entre outsider y agudo capataz de rebaño (de vacas y personas).

Pero lo interesante del Moreira es que abrió un juego memorante entre los participantes del CEC, quienes re-construyeron los días en que concurrieron al cinematógrafo a ver el film: jóvenes que asistieron con los padres, otros con futuras esposas y hasta alguno que debe su nombre al personaje.

Los Muchachos resaltan el buen trabajo de la banda de sonido, esperan el ingreso de Chirilo, gritan “Juan Moreira, carajo”, vitorean su coraje, se ríen de ciertos anacronismo en las actuaciones. Pero cuando Moreira se juega la vida en una partida de truco contra la Muerte el silencio envuelve al pabellón. La contundencia de las imágenes, ineludible tributo a El Sétimo Sello (Bergman, 1957), nos dejan estupefactos.

Favio, alfarero incansable, experto en tocar el nervio sensible que activa la atención y la curiosidad, nos transmite pequeñas verdades con un lenguaje sencillo y contundente. Desde el otro lado de la pantalla se entiende su trabajo y se agradece.

Cuando termina el film, los Muchachos retribuyen la obra del director con palabras halagadoras y hasta alguno se anima a iniciar un infructuoso aplauso. Mientras desarmamos los equipos charlamos un poco de la película, del campo, de la vida errante. Es la hora de almorzar y el interés se centra en las funciones vitales, nos saludamos y despedimos hasta la próxima.





Un mal entendido…

13 10 2009

 

   Simplemente por una circunstancia de mal entendido, el destino de Uno continuó el curso que hasta ahí iba cumpliendo al no coincidir con la propuesta de encontrarse con la voz femenina de Dos, que no correspondía al número, evidentemente equivocado, al que Uno había marcado en el teléfono. Sin embargo y a pesar de comprobarse la equivocación, tanto Uno como Dos continuaron con la charla, la cual descubrieron ser interesante para ambos. Al cabo de un largo rato de coloquio, tanto Uno como Dos acordaron conocerse personalmente, sugiriendo la cita en el ámbito de una confitería llamada “San Miguel”, dando por sentado que dicho establecimiento era el mismo que cada cual creía ser. No presumían que cada una de éstas pertenecían a una cadena de diferentes locales. La que Uno proponía estaba ubicada en el barrio de Nuñez, y Dos supuso que era la de Palermo.

   Con esa convicción, ambos fueron a sus respectivas confiterías a la hora que habían acordado para la cita.

   Luego de superada la tolerancia de espera, cada uno pagó la consumición retirándose de allí entre frustrado y ofendido maldiciendo el poco respeto que el otro tuvo hacia su persona.

   Tanto Uno como Dos jamás se enteraron de tal desencuentro, por el simple detalle de ignorar la existencia de otras confiterías “San Miguel”, tomando como única a la que habían propuesto.

   Un incidente que, de haberse concretado, en esta cita hubiera podido, quizá, cambiar algo de sus respectivas historias personales…

   …Una más de tantas anécdotas efímeras que por soledad o fantasía suelen suceder en esta gran ciudad.

 

García Adolfo Daniel





Palabras de Constancia a Irma

13 10 2009

Yo, mi vida era un caos cuando llegué a este penal, era un desastre, no confiaba en nadie, me castigaba a mí misma, soy negativa; por qué me pasó todo esto, dejar a mis hijos, no verlos crecer; ya quisiera estar con ellos. Pero hoy escuché la voz de mi compañera, un mensaje que me dijo tantas cosas, que me hizo sentir bien. Hoy volví a renacer y a confiar en la vida.

Constancia 

Septiembre 09

Unidad 27

 





Un cuento de verdad

13 10 2009

 

Devoto, 14 –09-09. Hoy en el Taller de Literatura, al que empecé a concurrir hace dos semanas, Violeta, coordinadora del grupo, nos leyó el texto completo de “Elsa”, un cuento de Felisberto Hernández –escritor uruguayo-. Nos invitó a trabajar sobre el texto de dicho cuento.

 

Hace ya más de un año me fui a vivir a la ciudad de Necochea. Llegué el domingo 20 de julio de 2008 a las siete de la mañana a la Terminal de ómnibus, justo el día del amigo. A pesar de la inmensa significación que tiene para mí y como para mucha gente, ese día estaba solo, sin ninguno de mis afectos más queridos, solo en una ciudad que conocía muy poco. Hacía frío y por varios días la soledad me hizo sentir más frío y solo. Los días fueron transcurriendo y comencé a recorrer los lugares cercanos a la casa que unos amigos me prestaron. Fui descubriendo lugares, recorridos dentro del Parque Miguel Lillo, donde aves diariamente me saludaban con sus cantos diversos, sus perros salvajes, abandonados por sus dueños después de disfrutar unos días de vacaciones, a veces salían a mi encentro para reconocerme y ver si podían obtener algo de mí, pero no, de mí sólo obtenían algunas caricias y palabras que, aunque creo que comprendían, no podían responder más que con la alegría que trasuntaban en sus caras, así como aparecían, luego de un breve saludo volvían a sus correrías en búsqueda de algo que los confortara un poco más de lo que yo lo había hecho.

Un día, en una de estos recorridos por el parque descubrí una cancha de bochas, allí, después de varias concurrencias diarias, conocí a varias personas, muchas, casi incontables, pero dos fueron las que ocuparon un lugar en mí. Desde el primer día que las vi llamaron mi atención, poco a poco los tres nos fuimos conociendo.

Marcela, una trigueña nativa de Tandil y Roberto, un N y C de Necochea. Nuestros lazos de amistad y amor entre ellos y yo fueron fortaleciéndose. Marcela está casada con Juan y tiene cuatro hijos, y Roberto, un solitario al que la vida le propinó unos cuantos reveses sentimentales, también después de dos frustraciones de las que quedaron varios hijos, pudo rehacer su vida con Mabel. Con Marcela y Roberto, a veces juntos y otras por separado, compartimos muchas alegrías y broncas. Jugamos muchas veces a las bochas de compañeros o adversarios, cada uno de nosotros tenía su forma particular de jugar y cuando lo hacíamos juntos sabíamos complementarnos muy bien. Con Roberto, después de jugar, emprendíamos largas y lentas caminatas hacia nuestras casas. Con él compartí largas cenas y charlas donde los sueños de ambos nos transportaban a emprendimientos fantásticos que nunca llegamos a concretar, quizá algún día lo hagamos, por ahora tenemos una deuda pendiente.

Con Marcela, las cosas fueron distintas, por sus ocupaciones familiares, no pudimos compartir ninguna cena, pero sí muchas caminatas, bicicleteadas y charlas donde la confianza que nos teníamos mutuamente nos llevó a contarnos cosas a veces impensadas entre dos amigos de sexo distintos. Bueno, para eso son los amigos, para ponerle la oreja al otro. No fueron pocas las murmuraciones y malas interpretaciones al respecto, muchos nos creyeron amantes, otros no llegaron a entender esta relación nunca. Con ella llegamos a nadar juntos en el mar, para hacer más incomprensible esta relación. En definitiva, Marta, mi esposa, y Juan, el esposo de Marcela, siempre creyeron en esta relación de amor y amistad entre tres amigos que un día la vida se encargó de juntar y tres guardianes –Gabriel, Mario y Rubén- se encargaron de separar momentáneamente. Ojalá el tiempo no apague este amor, entre Marcela, Roberto y Oscar.

 

JorgeCa-45

16-09-09

S.3 * P.9





El 11 en la cabeza

13 10 2009

Justo estaba en el exacto orden que había dejado al acostarse y eso le dio una señal de buen augurio para el día que iniciaba. Tal como había sucedido en la mañana de ayer y en la de anteayer y en la de antes de antes y antes, encontró, sentándose en el borde de la cama, a sus pantuflas azules, exactamente alineadas una al lado de la otra, enfundando en ellas los pies. Se incorporó y a partir de allí comenzó a cumplir la tarea ritual que debía demandarle el lapso de 35 minutos para dirigirse al baño, orinar, afeitarse, ducharse, secarse, enfundarse el slip, escurrir el agua del piso y peinarse, para luego utilizar otros 25 minutos para concurrir a la cocina, prender el mechero, posar la cafetera con su correspondiente brebaje, preparado a última hora de la noche, para entonces volver al dormitorio, encaminándose a la silla de estilo colonial que inmóvil esperaba a que le despojara de su camisa impecable, pantalón y corbata que, antes de ir al sueño nocturno reparador, había acomodado prolijamente sobre ella. Al vivir solo, no había necesitado decir «Buenas noches y hasta mañana» a alguien que impúdicamente no tendría la importante disposición de conservar cada cosa en su lugar tal como él lo había logrado en perfecta simetría entre una y otra. Una vez vestido y descalzo, fue al cajón del placard adonde las hileras de medias enrolladas como pionono esperaban ansiosas la decisión suya en darles el privilegio de ser elegidas. Esta vez fueron unas de color gris que serían combinadas con el par de zapatos negros que seleccionó entre los que también estaban allí alineados. Entre los sacos colgados en perchas dentro de muebles optó por el marrón. Volvió a la cocina, apagó el mechero, vertió el café en una taza y sin azúcar lo bebió. Una hora exacta después cerraba la puerta del departamento dirigiéndose al pulsador de llamada al ascensor. Hasta aquí todo estaba en ese orden justo que había programado y por eso le hacía presumir que la vida es bella. Sin embargo, siempre hay un pero para contradecir, debía sortear el premonitorio mensaje que para él significaba el correcto ordenamiento cósmico de astros y planetas que se conjuraban para indicarle si esas próximas horas que estaría fuera de su aséptica burbuja del departamento, en donde todo tenía una lógica y era previsible a nivel de sentirse protegido de la estupidez humana cuyo orden estaba basado en acomodar «in situ» los sucesivos caos que por las circunstancias se le iban presentando, podría o no hacer soportable lo que vendría a suceder en ese espacio de tiempo hasta volver a su hogar, en donde pareciera que las cosas pacientemente quietas se alegraran al verlo regresar.

La señal premonitoria que le abriría el espíritu conciliador que le permitiría hacer tolerable la convivencia con el resto de la humanidad no era muy difícil de encontrar durante el trayecto a su trabajo. Sólo debía estar atento durante el rodaje del taxi, siempre viajaba en taxi para concentrarse en el propósito, buscando a través de los vidrios de ventanillas y parabrisas el número 11, pero… ¡No cualquier 11, claro!… Sino, aquél 11 que estuviera impreso en cada lado, de su parte delantera como asimismo en la trasera, y con el cual el colectivo se identificaba en el orden de interno de cualquier línea urbana de ómnibus que transporta pasajeros sin importar a qué empresa pertenece o a qué rumbo se dirige en el diagrama de su recorrido. Generalmente, casi siempre ocurría, al llegar a destino sus ojos escrutadores adiestrados para tal fin habían encontrado entre la multitud de colectivos que se cruzaban en el camino a su benefactor número 11, que no sólo lo ponía de buen humor, sino que además lo hacía condescendiente al punto de soportar con una sonrisa paternal al imbécil de Galindez que siempre equivoca el canasto, de los tres que están en el escritorio, poniendo un expediente en el canasto que van las facturas; o al desaforado hincha de Boca, que por serlo y en su ignorancia, se cree importante; o a esa hermosa compañera casada y con hijos, que posee el difícil arte de la «mosquita muerta» que por igual puede sonrojarse ante un chiste subido de tono, pero que a su vez, al numerito siguiente, es muy capaz de hacer lo que todos sabemos que hace cuando tarda más de lo que debería tardar dentro del despacho de uno de los gerentes; y así podría continuar con los demás integrantes de la oficina, enumerándolos según sus defectos.

Sin duda sería una carga imposible de sobrellevar si no hubiera sido beneficiado por la conjunción cósmica de astros y planetas, al hacerle cruzar en su camino algún colectivo con el número 11 de interno. Una carga, como tal le sucedió a veces, (pocas veces, gracias a Dios), que por culpa de su ausencia en todos los vehículos públicos con los que se topó, tuvo que soportar luego durante el larguísimo día laboral, el horroroso infierno de estar inmerso dentro de un caos de papeles, Galindez, hinchas de Boca, «mosquitas muertas» y otros, dando por resultado en el encontrarse al fin del día con el cuerpo doliente, estresado, agotado, con la cara descompuesta en rictus desencajados fuera de toda armonía y racionalidad y de tal manera que, al llegar a su departamento, sólo atinaba a ir a su cama en estado febril sin siquiera cenar.

El cosmos lo había puesto a prueba ocultándole los imprescindibles «11» que lo protegerían, y a tal punto de creer en ello que llegó a suponer que las mismas cosas también se le habían rebelado obligándolo a comprobar, en algún momento de la noche, salir a inspeccionar, encendiendo todas las luces, si cada cosa seguía estando en el exacto orden justo en que las había dejado…

Un caso realmente curioso… El hombre no era ni bueno ni malo, ¿neurótico quizá?, sino que simplemente regía su destino como algo que debía ser ordenado y previsible y para lograr tal fin sólo necesitaba encontrar, día a día, al icono de su felicidad… Al fin y al cabo, para lograr tal estado ideal tenía un costo ínfimo… Un mísero número 11 puesto en un ómnibus de línea urbana!!!

García Adolfo Daniel





Un domingo más

13 10 2009

Desde hace unos cuantos años, los domingos alrededor del mediodía, me encuentro con mi primo Luis en un bar de San Telmo que se llama Pedro Telmo y es muy antiguo. Es que mi Señora y yo tenemos un puesto justo en la plaza Dorrego, justo frente al bar. Es un ritual, mientras Mona atiende el puesto, yo me cruzo a la esquina y estoy con Luis tomando una cerveza negra y alguna picada. Charlamos y nos contamos nuestras intimidades cotidianas o anécdotas, etc. Entro al café, lleno de turistas y locales como siempre lo está a esa hora, pero tenemos una mesita que Manuel, el mozo, siempre nos saca de la galera.

Luis: -¿Qué te pasó el domingo anterior que no viniste?

Toni: -Angina, carajo. Me quedé en casa y Mona se hizo cargo sola.

Luis: -Tengo algo que contarte que me dejó toda la semana boludo. Aquí va… Entré cerca de las 14 horas y estaba el boliche colmado, y como vos no estabas Manuel había dado la mesa a otra gente. Un loquero, mucho turismo, y aparte un domingo hermoso. Cuando me estaba retirando miré a mi derecha a una chica que estaba sola y la silla que tenía frente a ella estaba vacía y sin vaso o plato, sola. No me lo esperaba, me vio buscando lugar y me hizo un ademán con su mano ofreciéndome un lugar. Imaginate, ni lo pensé, me senté y le dije, gracias. Me contestó en alemán y quedé descolocado. Aquí viene lo que te voy a contar y todavía no salgo de mi asombro., impacto o sorpresa. Estuvimos dos horas charlando en distinto idioma. Pero era igual, nos reíamos de la mujer estatua que estaba en la vereda, ella en alemán y yo en español. Pero no podía dejara de mirar sus ojos. Dos aceitunas negras hermosas y con mucha vida. Eran esos ojos los que me hacían entender en cualquier idioma, una mujer muy atractiva; y así pasaron un par de horas, cervezas negras, y maní. Bebía como un vikingo, nos reímos como dos camaradas que hace años que no se ven. En un momento dado, entró una amiga que estaba recorriendo los negocios aparentemente le dijo que era hora de partir. Me puse de pie y me la presentó con un nombre imposible de traducir. Retiré su silla para que se levante y en ese instante la miré. Era lo más femenino y llamativo que había visto en años, una chaqueta de jean haciendo juego con sus vaqueros, un cuerpo perfecto, pero sus ojos, los quería ver bien de cerca. Me puse de frente a ella y le dije, “pequeña, sos hermosa, quiero saber tu nombre, el mío es Luis”, me miró, y con una franca sonrisa me contestó en un español mezclado con no sé qué… “mi nombre es Franz, y nunca me divertí tanto, de este viaje, este momento hasta ahora, fue lo mejor”. Se fue. Lo llamé a Manolo y le dije: “Otra cerveza, y te quiero preguntar algo, gallego, por casualidad, ¿no te llamás Helga?”. Manolo me miró, se encogió los hombros y me dijo: “¿Estás seguro que querés otra negra?”. Y nos reímos, nos reímos mucho y quedamos mirando hacia la vereda apostando cuántos Franz y cuántas Helgas había en este momento en la feria… Esos ojos negros, Toni, no me dejan de mirar. Chau, hermano, hasta el domingo, ¡no me falles!

Antonio





Confusión

25 09 2009

Iba de prisa en ese pasaje. Era invierno cuando me tropecé con él. Un hombre enigmático; yo decía con una personalidad indefinida de dudosa procedencia, crucé unas palabras al principio que después se volvieron todo un tema relativo hacia la vida. Caía en una gran confusión con todo lo que hablaba ese caballero. Que me inquietó desde ese día y hasta hoy después del desenlace que tuve a causa de confundirme entre una linda amistad que surgía según un entendimiento y entre otra supuesta realidad que me esperaba por creer en él, en su motivación y en su amistad por la cual estoy aquí… y que en lo sucesivo tendría que tener más abierta la mente, ser más persuasiva y no pensar sólo con el corazón sino también con la mente. Ah! que gran confusión.

Irma Saldaña S.





Un amor eterno

25 09 2009

Pasaron los años y nuestro amor fue convirtiéndose en algo complicado.

Cuando nos conocimos en ese boliche eras un joven agradable y simpático, me conquistaste muy galantemente, te di mi teléfono y así empezó todo; me invitaste al cine y yo luego bebí de más porque estaba muy nerviosa, poco a poco nos fuimos enamorando, tu inteligencia me asombraba.

Yo al principio consumía muy poca cocaína, pero al pasar los años era habitual hacer el amor y consumir cada vez más, hasta que terminé consumiendo más yo que vos.

Y así empezaban las peleas y luego las reconciliaciones, hasta que después de doce años todo se pudrió, y hoy nuestros padres nos tienen separados.

A pesar de tantos años juntos no sé si fue verdadero amor. Igual te extraño, y quiero volver a estar acostada en tu cama y rascarte la espalda.





25 09 2009

11-1-09

Soy “S” estoy muy contenta porque he recuperado mi libertad y le he prometido a mi hermano amado “A” que me reuniría con el en “T” el 14 del 02.

 

20-1-9

Estoy triste, se debe a que he emprendido un camino oscuro con “P.B”. Ella me domina, y yo a pesar de estar desconforme la busco, la persigo, y temo no cumplir con “A”.

 

30-1-9

Mi tristeza aumenta “P.B” gasta todo mi tiempo, todo mi dinero, he adelgazado diez quilos y todavía faltan 1.500km para llegar a “T”.

 

13-2-9

Estoy destrozada, “A” ha fallecido y mañana no estará esperando. Quiero volver el tiempo atrás.

 

14-2-9

Soy “S” y “P.B” igual me domina. Pero no la culpo, la única culpable soy yo por no haber sacado un pasaje de autobus. Mi tristeza ya no sólo es tristeza, es una enorme fatalidad.

 

15-2-9

A pesar de no alejarme de “P.B” soy “S” y estoy segura que “A” me espera algún 14-2 en el cielo donde mi querido hermano se encuentra ya.

 

 

Priti

San Cristóbal





Desafío para un psicoanalista – de Clarice Lispector

24 09 2009

Soñé que un pez se quitaba la ropa y quedaba desnudo.