Devoto, 14 –09-09. Hoy en el Taller de Literatura, al que empecé a concurrir hace dos semanas, Violeta, coordinadora del grupo, nos leyó el texto completo de “Elsa”, un cuento de Felisberto Hernández –escritor uruguayo-. Nos invitó a trabajar sobre el texto de dicho cuento.
Hace ya más de un año me fui a vivir a la ciudad de Necochea. Llegué el domingo 20 de julio de 2008 a las siete de la mañana a la Terminal de ómnibus, justo el día del amigo. A pesar de la inmensa significación que tiene para mí y como para mucha gente, ese día estaba solo, sin ninguno de mis afectos más queridos, solo en una ciudad que conocía muy poco. Hacía frío y por varios días la soledad me hizo sentir más frío y solo. Los días fueron transcurriendo y comencé a recorrer los lugares cercanos a la casa que unos amigos me prestaron. Fui descubriendo lugares, recorridos dentro del Parque Miguel Lillo, donde aves diariamente me saludaban con sus cantos diversos, sus perros salvajes, abandonados por sus dueños después de disfrutar unos días de vacaciones, a veces salían a mi encentro para reconocerme y ver si podían obtener algo de mí, pero no, de mí sólo obtenían algunas caricias y palabras que, aunque creo que comprendían, no podían responder más que con la alegría que trasuntaban en sus caras, así como aparecían, luego de un breve saludo volvían a sus correrías en búsqueda de algo que los confortara un poco más de lo que yo lo había hecho.
Un día, en una de estos recorridos por el parque descubrí una cancha de bochas, allí, después de varias concurrencias diarias, conocí a varias personas, muchas, casi incontables, pero dos fueron las que ocuparon un lugar en mí. Desde el primer día que las vi llamaron mi atención, poco a poco los tres nos fuimos conociendo.
Marcela, una trigueña nativa de Tandil y Roberto, un N y C de Necochea. Nuestros lazos de amistad y amor entre ellos y yo fueron fortaleciéndose. Marcela está casada con Juan y tiene cuatro hijos, y Roberto, un solitario al que la vida le propinó unos cuantos reveses sentimentales, también después de dos frustraciones de las que quedaron varios hijos, pudo rehacer su vida con Mabel. Con Marcela y Roberto, a veces juntos y otras por separado, compartimos muchas alegrías y broncas. Jugamos muchas veces a las bochas de compañeros o adversarios, cada uno de nosotros tenía su forma particular de jugar y cuando lo hacíamos juntos sabíamos complementarnos muy bien. Con Roberto, después de jugar, emprendíamos largas y lentas caminatas hacia nuestras casas. Con él compartí largas cenas y charlas donde los sueños de ambos nos transportaban a emprendimientos fantásticos que nunca llegamos a concretar, quizá algún día lo hagamos, por ahora tenemos una deuda pendiente.
Con Marcela, las cosas fueron distintas, por sus ocupaciones familiares, no pudimos compartir ninguna cena, pero sí muchas caminatas, bicicleteadas y charlas donde la confianza que nos teníamos mutuamente nos llevó a contarnos cosas a veces impensadas entre dos amigos de sexo distintos. Bueno, para eso son los amigos, para ponerle la oreja al otro. No fueron pocas las murmuraciones y malas interpretaciones al respecto, muchos nos creyeron amantes, otros no llegaron a entender esta relación nunca. Con ella llegamos a nadar juntos en el mar, para hacer más incomprensible esta relación. En definitiva, Marta, mi esposa, y Juan, el esposo de Marcela, siempre creyeron en esta relación de amor y amistad entre tres amigos que un día la vida se encargó de juntar y tres guardianes –Gabriel, Mario y Rubén- se encargaron de separar momentáneamente. Ojalá el tiempo no apague este amor, entre Marcela, Roberto y Oscar.
JorgeCa-45
16-09-09
S.3 * P.9